Ante la necesidad de tomar el mando y decidir el destino, lo lógico es elegir la rápida autopista sin curvas, excitante al inicio, monótona al poco y aburrida finalmente porque carece de aprendizaje. Cuando entras en ella pones en práctica velozmente –ferozmente- todo lo que sabes, pero tu experiencia es corta, al igual que tu sabiduría, y en pocos kilómetros ya queda poco por hacer y decir. En este momento, existen dos opciones:
a) Parar brevemente, descansar, tomar aliento, estirar las piernas, disfrutar del paisaje, sentir los olores, escuchar a los acompañantes y aprender nuevas técnicas de conducción.
b) Seguir el camino sin mirar atrás hasta que el sueño inunde el interior del coche.
Si se decide la primera opción, aunque lentamente, se mejorará la conducción y al final del trayecto merecerá la pena la aventura.
Pero ¡ojo! no todos tienen una autopista cerca. Hay quienes les tocó la carretera secundaria, vertiginosa, farragosa y peligrosa, donde el aprendizaje es veloz, rapidísimo, sumando sustos y golpes. Arrancar y parar. Parar y arrancar. Una y otra vez. Un día y otro. Un año y el siguiente.
Cuando estás en ella, no ves el final, pero sin percatarlo la autopista está cada vez más cerca. Para cuando entres, no dudarás en seleccionar la opción A, pero además sabrás sentir el volante: lo que dice, grita, sufre, canta, ríe o llora. Los problemas que surjan los resolverás sin dudar y el día a día en la carretera serán pura emoción y adrenalina. Para eso has luchado sin ser derrotado y la concentración en busca de un objetivo es una marca imborrable en tu piel.
Y es que como escuché ayer: “La cuestión no es ganar o perder. Es ganar o aprender”. Juanma Gemio
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