martes, 6 de septiembre de 2011

El fútbol y yo (Capitulo 1)

Comenzamos hoy, con la publicación de la introducción y el primer relato, una serie de relatos de Dadan Narval sobre la relación de un niño con el fútbol titulada “El fútbol y yo”, el cual le doy cierto retoques para hacerlo mas cercano y familiar. Éstos mantienen una coherencia cronológica, por lo que, a pesar de que pueden ser leídos individualmente, componen en conjunto una única historia. La serie aún está abierta, por lo que no sabemos la cantidad de capítulos que la compondrán. Iremos publicándolos paulatinamente, a medida que vayan siendo escritos. Esperemos que esta nueva sección del blog sea de vuestro agrado.

Gran parte de mis recuerdos de infancia, de aquellos que por ser más relevantes, por tener algún significado –aún a veces oculto- han resistido al tamiz del tiempo, están relacionados con el fútbol, con el balón, y con los anhelos que de niño canalizaba a través de él. En ocasiones, mientras paseo sin destino ninguno por el pueblo, pensando, o mientras fumo un cigarro en el balcón de mi casa o en algunas conversaciones con los amigos y compañeros de por aquel entonces, mi mente comienza una cadena de asociaciones que termina haciéndome evocar los tiempos en los que jugaba con la camiseta del CDFB Zalamea, que en aquellos tiempos llamábamos, la escuela de futbol.

Mis primeras visitas a campos de juego con renombre e historia, acompañado de mi padre en la mayoría de las ocasiones, o cuando mis amigos y yo formamos nuestro nuevo equipo, con nuestras flamantes camisetas, para jugar los campeonatos de verano.

Aún hoy me ruborizo recordando la importancia que para mí tenían los partidos con el CDFB Zalamea.

La mayoría los veía desde el banquillo, casi siempre sentado, al contrario de mis compañeros, que lo hacían de pie, jaleando a los que jugaban, profiriendo unos gritos que de mi garganta nunca salían, debido a mi carácter tímido, casi cobarde.

Desde ahí, entre las espaldas de los suplentes, veía a mi equipo jugar y desde ahí, desde el banquillo de un equipo infantil de un pueblo pequeño, mi mente comenzó a soñar con los grandes momentos que algún día viviría como futbolista. Para poder hacerlo, para que mis sueños no se tornaran dolorosamente imposibles, debía comenzar por justificar mi suplencia en el CDFB Zalamea.

Así, me imaginaba que era un jugador recién llegado de otro equipo, una figura internacional, pero que necesitaba “tiempo de adaptación”, como había leído que decían los comentaristas deportivos en la tele. Cuando me adaptara al nuevo entorno, a la nueva ciudad –no me costaba imaginar esto, aunque llevaba toda la vida viviendo allí-, sin duda, comenzaría a marcar goles y callaría las bocas de los que dudaban de mí... (continuará)

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