Tengo la sensación de que la gran mayoría de nosotros somos analfabetos emocionales. Nos cuesta mucho identificar o reconocer nuestras propias emociones, así como aceptarlas, y tenemos grandes dificultades también para expresarlas adecuadamente. Aquí somos más de todo para dentro.
Esto es así por educación y cultura, y también porque habitualmente escasean a nuestro alrededor personas capaces de sostener una emoción, sin juzgarnos, sin aconsejarnos, sin decirnos lo que tenemos que hacer o debemos sentir y sin que se agobien cuando perciben una emoción que vaya más allá de bien/alegre, triste/jodido, que es el pequeño rango de emociones ajenas que somos capaces de tolerar. Lo cierto es que, en general, somos bastante estreñidos emocionalmente.
Nos cuesta aceptar que las emociones no son ni buenas ni malas, que son pura química, pero que el sentimiento que generan influye decisivamente en nuestra actitud. No se trata de justificarlas ni de racionalizarlas, sino tan solo de reconocerlas, sentirlas, expresarlas y aceptarlas. Tendemos a confundir la sensibilidad con debilidad, sin entender que hace falta mucho valor y coraje para atreverse a expresar lo que uno siente, mostrándose abierto, disponible y vulnerable, porque es precisamente ahí donde reside toda nuestra fuerza.
Mejor nos iría a todos si, en lugar de decir lo que pensamos, expresáramos más a menudo lo que sentimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario