En todos estos casos, conocen de primera mano, amigos, compañeros e incluso, por qué no, familiares que han cometido errores en esos terrenos.
No malgastemos energías tratando de erradicar el error dentro del proceso de formación personal y deportivo del FUTBOLISTA JÓVEN: el error tiene su rol en ese proceso y nuestra tarea como educadores es darle herramientas para prevenirlo y en caso de que haya ocurrido, capacidad de análisis y corrección.
Jugar es equivocarse (sólo que para ganar hay que hacerlo el menor número de veces). Sin margen para el error, el fútbol no existiría. Aceptemos de una vez por todas que los jugadores, en especial en edades de formación, necesitan cometer errores: en los entrenamientos, en los partidos, en su relación con los demás...
Debemos clarificar de antemano cuál es nuestra postura frente al error; eso es vital para que nuestros jugadores, en formación, afronten con confianza y sin miedo los diferentes retos propuestos por el juego.
De igual forma, nuestra primera misión como educadores es clarificar qué grado de aceptación tenemos frente al error, como si el jugador nos preguntara: "Si me equivoco durante el juego, ¿Qué me vas a decir?".
La mejora sigue al error. No es suficiente con dejar clara nuestra aceptación del error.
Hay una segunda cuestión fundamental: la exigencia de mejora ante el error. Aceptar el error en ningún caso supone renunciar a que el jugador progrese en su comprensión y dominio del juego: es más, el nivel de exigencia se incrementará conforme el joven complete las diferentes etapas evolutivas, tanto personales como futbolísticas. Como educadores debemos mantener viva esta exigencia de mejora poniendo énfasis en:
1. Otorgar dosis de responsabilidad a los jugadores de su propio proceso de aprendizaje y mejora, de manera que ellos sean protagonistas activos de sus aciertos y errores.
2. Crear situaciones de juego cuyo nivel de dificultad sea asumible para el jugador, de manera que no decaiga su interés por aprender y mejorar.
Como en cualquier otro proceso vital, ante el error hay dos cuestiones importantes por parte del educador: la capacidad para identificar sus causas y la habilidad de comunicación con el jugador, ambas con el objetivo de erradicar el error.
Este es uno de los puntos fundamentales en el proceso de enseñanza, futbolístico o no: la corrección del error.
Es suficiente con asistir como espectador a cualquiera de los partidos del fin de semana para ver in situ las correcciones durante los partidos a niños de 7, 8, 9, 10 y demás edades, ¡mal!, ¡así no!, ¡pero qué te he dije!, ¿¡qué estás haciendo!?, ¡dale bien! ... Y ojo muchas veces ni vienen esos retos del entrenador sino que surgen de LOS PADRES.
Padres que lamentablemente tendrían que callarse la boca y no buscar que el hijo haga cosas que el no pudo hacer o querer salvarse económicamente con él.
Con ello sólo juzgamos al joven, informándole de algo que seguramente el propio jugador ya conoce (son niños o adolescentes, pero no tontos): su decisión, su acción o su gesto no han sido eficaces.
Pero lo que necesita el joven jugador es conocer el ¿por qué?, ¿por qué ese movimiento es incorrecto?, ¿por qué no se “avivó” del rival?, ¿por qué ...?
No son pocos los educadores que olvidan esta cuestión al tratar la corrección de los errores de sus jugadores.
Apreciar el error de un jugador es una tarea suficientemente sencilla para cualquier educador; no tanto conocer las causas que lo provoquen (y esto explica quizás el porqué del déficit de mejora en las correcciones a los jóvenes jugadores).
Para llegar a la completa comprensión del juego, especialmente importante es la corrección de los errores en el proceso de percepción y análisis de la situación de juego, ya que si se cometen errores en estos, difícilmente las soluciones mentales planteadas así como su ejecución motriz-gestual serán eficaces para resolver el problema planteado.
"Un niño normal explora constantemente su entorno. También en el campo de fútbol". Una formación correcta garantiza que esa exploración en presencia de un profesor sea exitosa. Por eso el formador aparte de impartir con un estilo de enseñanza estimulante debe disponer de suficientes juegos a la media del niño como para que el alumno se divierta constantemente y además reciba los estímulos necesarios para el desarrollo óptimo de sus capacidades cerebrales. [...]
Un cerebro bien desarrollado, en el que se ha establecido el mayor número posible de conexiones, es capaz de relacionar mejor, más rápido y mayor número de conceptos entre sí, puede analizar más rápida y profundamente la realidad que le rodea al jugador, imaginar y encontrar más y mejores soluciones ante un mismo problema que surge en el juego y ponderar mejor cada una de las opciones antes de adoptar una decisión final sobre qué hacer, cómo, cuándo y en qué lugar hacerlo".
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