Los magos convierten en realidad la fantasía variando a su antojo lo que le rodea. Helenio Herrera enseñó que en el fútbol nada es imposible. Su único pretexto fue ganar en tiempos en los que el estilo sólo preocupaba a la hora de levantar un trofeo. Su ego se alimentó de títulos. HH revolucionó el juego y se empeñó en demostrar que, a veces, una persona es más importante que un equipo.
"El fútbol no es la gambeta. La consigna es ganar"
Polémico, charlatán, provocador o genio. Herrera acopió tantos calificativos como frases polémicas para el lapidario del fútbol. Quizá su personalidad díscola fue consecuencia de una infancia complicada que marcó su nómada estilo de vida. Nació en Buenos Aires en 1910, según su partida de nacimiento -en 1916, según defendió falsamente toda su vida-. Hijo de andaluces (padre de Estepona y madre de Gaucín), con 16 años emigró a Marruecos para buscar junto a sus padres una vida más fácil. Tuvo que renunciar a su deseo de triunfar en Boca Juniors, en cuyo equipo juvenil actuó de delantero centro. Casablanca no fue un destino de su gusto y en poco tiempo hizo las maletas para viajar a Europa, a París. Inició entonces su vida lejos de la familia y comenzó a formarse el mito.
"En el fútbol no hay magia, sí pasión y lucha"
Su primera experiencia como entrenador fue el Puteaux, desde el que dio el salto en 1945 al Stade Français, club en el que antes había triunfado como jugador. Fueron los primeros de los 15 equipos que dirigió. Tres años después cruzó la frontera rumbo a España, el destino de sus primeros éxitos. La afición del Atlético de Madrid le recibió recelosa y marchó directo al Valladolid a cumplir un año de destierro. Volvió y conquistó dos ligas consecutivas (1949 y 1950).
Fue suspendido cinco años por firmar en secreto por el Barça cuando entrenaba al Sevilla
Sus primeros logros dieron coartada a su incontinencia verbal. Pasó fugazmente por el Málaga, el Deportivo y el Sevilla. La ambición le pudo y concluyó su etapa en el club hispalense envuelto en la polémica. Ramón de Carranza, presidente de la entidad por 1957, le denunció a la FIFA tras descubrir que había firmado en secreto por el Barcelona. Herrera fue suspendido cinco años y decidió marcharse a Portugal, al Os Belenenses, a la espera de que se calmase la situación. Finalmente, el perdón llegó después de que el Barça convenciera al Sevilla con una cantidad que osciló entre uno y cinco millones de pesetas, según las fuentes que se consulten.
"Yo nunca he tenido diferencias con ningún jugador, incluido Di Stefano y Kubala. Claro, siempre y cuando hagan lo que yo digo"
El Barcelona es la consagración de sus habilidades como técnico. Lo convierte en un equipo ganador que lidera sobre el campo Luis Suárez, al que rodean otros futbolistas legendarios como Kocsis o Czibor.
En 1961 volvió a cambiar de escudo. Aterrizó en el Inter de Milán junto a Luis Suárez. Juntos marcaron la etapa más brillante de la historia del equipo italiano. En ocho años logró tres ligas, dos Copas de Europa y dos Intercontinentales. Lo más importante de este periplo es la herencia que dejó para el fútbol. Su sistema de cuatro defensas y un líbero revolucionó el juego. Se le atribuyó la paternidad del catenaccio, táctica que ya usó Karl Rappan para convertir en un rival temible a la selección suiza durante los años 30.
Durante su estancia en el Inter compaginó su tarea con la de ayudante de Pablo Hernández Colorado en la selección española (de 1959 a 1962) y la de seleccionador de Italia (de 1960 hasta 1967).
De su éxito en la década de los 60 es de donde se extraen las claves de su catón futbolístico. Herrera se convirtió en un personaje obsesivamente detallista. Impuso a sus jugadores un régimen de entrenamiento rígido. Les obligó a largas concentraciones, controló sus costumbres alimenticias. "Mis jugadores son instruidos al detalle. No pueden equivocarse", decía.
Su celo profesional se convirtió en un problema personal cuando en 1973 sufrió un infarto que le obligó a cerrar precipitadamente su etapa como técnico de la Roma. Su halo triunfador se apagó.
"Una vez un periodista me preguntó por qué dirijo sólo equipos grandes, pues porque los chicos no pueden pagarme"
Sus últimas experiencias en el banquillo fueron una concesión a la nostalgia. Volvió al Inter (73-74), entrenó al Rimini (78-79) y finalizó su carrera en el Barcelona (79-81) con una Copa del Rey como epílogo. La salud le obligó a alejarse definitivamente del césped. Su corazón dejó de resistir en 1997, en Venecia.
Giacinto Facchetti, su jugador predilecto, quedó como el guardián de sus apuntes de fútbol cuando murió. En Italia aseguran que José Mourinho se interesó por ellos y llegó a contactar con la viuda de Herrera. Sin duda, el técnico portugués es el reflejo más fiel de aquel tipo cuya figura quedó encumbrada por los títulos y enturbiada por las palabras. HH puede que no fuese especial, que no fuese el mejor del mundo, pero en su empeño estuvo siempre el hacer todo lo posible por ser ambas cosas.
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